Leyendo feeds esta mañana, llego a la La frase de la semana de Deakialli, donde recoge unas palabras de José Antonio Marina, extraídas de un excelente artículo.
Me gustó este párrafo:
De ser almacenes de obras de arte o de libros, tras siglos de Historia conservadora y casi vegetativa, las bibliotecas se han convertido en activos centros de difusión y de creación cultural. En los últimos decenios han experimentado una explosión de creatividad. Un museo puede ser en sí mismo, con independencia de sus contenidos, una obra de arte, y una biblioteca puede ser, también en sí misma, una creación cultural. Jorge Herralde dice con frecuencia que el catálogo de su editorial es su personal creación literaria. Algo semejante sucede con las bibliotecas. No sólo sus fondos, sino su estilo, sus proyectos, el modo de estar gestionados, sus iniciativas, su pacto con la sociedad, le dan altura creadora. Cuando comparo las bibliotecas públicas de mi infancia con las actuales, el progreso es evidente y reconfortante. En primer lugar, son acogedoras y, además, se preocupan de organizar múltiples actividades. En otro tiempo, el usuario era un peligro para los museos y las bibliotecas, porque, centrados ambos en la función conservadora, tenían que ser forzosamente hostiles a todo lo que rompiera su protector aislamiento.
Aun recuerdo con satisfacción lo afortunados que fuimos al escucharle en el I Encontro de Bibliotecas Escolares que se celebró en Santiago en octubre de 2006, durante la conferencia inaugural.
Me gustó este párrafo:
De ser almacenes de obras de arte o de libros, tras siglos de Historia conservadora y casi vegetativa, las bibliotecas se han convertido en activos centros de difusión y de creación cultural. En los últimos decenios han experimentado una explosión de creatividad. Un museo puede ser en sí mismo, con independencia de sus contenidos, una obra de arte, y una biblioteca puede ser, también en sí misma, una creación cultural. Jorge Herralde dice con frecuencia que el catálogo de su editorial es su personal creación literaria. Algo semejante sucede con las bibliotecas. No sólo sus fondos, sino su estilo, sus proyectos, el modo de estar gestionados, sus iniciativas, su pacto con la sociedad, le dan altura creadora. Cuando comparo las bibliotecas públicas de mi infancia con las actuales, el progreso es evidente y reconfortante. En primer lugar, son acogedoras y, además, se preocupan de organizar múltiples actividades. En otro tiempo, el usuario era un peligro para los museos y las bibliotecas, porque, centrados ambos en la función conservadora, tenían que ser forzosamente hostiles a todo lo que rompiera su protector aislamiento.
Aun recuerdo con satisfacción lo afortunados que fuimos al escucharle en el I Encontro de Bibliotecas Escolares que se celebró en Santiago en octubre de 2006, durante la conferencia inaugural.
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